sábado, 22 de marzo de 2008

El pueblo ignorado de El Tajín

* En tanto los hombres y las mujeres Totonacos se la pasan de jornaleros, o haciendo trámites en interminables oficinas para pedir préstamos y hacer gestiones agrarias; la familia crea artesanías que luego traen, y nos venden, o las compran de mayoreo; se emplean o autoemplean, danzan, cantan, tocan, igual que los mestizos, pero no es lo mismo...

LIVIA DÍAZ / Corresponsal CIMAC, Poza Rica, Veracruz.- Los primeros en llegar provienen de Puebla, para el Domingo de Ramos, complicadas artesanías que pesan lo que el viento, circulan en torno a las iglesias. Luego se van orillando al Tajín, que ahora, como hace ya siete años, está lleno de gente y oportunidades para vender las mercancías que trabajaron por meses y colocan a los paseantes y turistas. Manos trabajadoras de la cestería, transforman tiras de paja, yerbas, palmas, plástico en bolsas, juguetes, recipientes para tortillas y costura, adornos, tapetes y petates.
Meses atrás comenzó también la elaboración de ropa en manta de algodón principalmente blanca. Muchos han traído de Oaxaca en donde la venden por mayoreo, otros bajan de Cuetzalan, Sierra de Puebla, y otros tienen piezas creadas por manos de Guatemala, Bolivia y Perú. Las distribuidores traen ropa de Guadalajara con otros diseños, pero entre todos, se distingue por precios y trabajos, los de cada cultura. Aún es posible apreciar, aunque se trate de un tapete de lana con una reproducción de un cuadro de Picasso, que aquel trabajo fue elaborado por manos oaxaqueñas; y que un palo de lluvia de Brasil, fue confeccionado por pobladores de los siete pueblos del Tajín.
Perteneciente al municipio de Papantla, el Tajín es área protegida en donde está la zona arqueológica llamada “Ciudad Sagrada”, pero mucho de mito hay entre la verdad y la realidad, porque como otras tantas, fue “rescatada” del abandono para “mostrarla al mundo.” Esta unidad o conjunto en donde ahora, los pobladores originarios son empleados de los que ahí tienen sus negocios, trabajan en la tierra en todas las actividades productivas, desde la producción de alimentos, hasta servicios, en tanto de cerca, policías y soldados también papantecos, resguardan su seguridad.
A distancia prudente de la civilización, Papantla se han globalizado a ultranza, y sobra el que no habla bien castellano, pero ya sabe decir ‘cuánto es’ en inglés. Además la modernidad ha prostituido a muchos que danzaban y cantaban como una obligación moral, religiosa o el placer propio de la danza, y cobran dinerales, y se tasan muy caro, y el que antes subía a los rezos y danzas de difuntos y bautizos, bodas y otras celebraciones, ahora ya no quiere, porque el concepto de su aportación artística, ha cambiado con este encuentro. El valor tiene ahora otro valor.
Entre los propios pobladores hay distingos. Los que siguen la tradición y los que no. La marcada costumbre ha sido desarraigada, primero por la iglesia, y diversidad de iglesias, y luego por la necesidad, principalmente de la comunidad, de la que ahora salen las mujeres a vender como tineras, a servir como empleadas, y a laborar como albañiles.
El Tajín es una suerte de polo de desarrollo regional, que dura sólo algunos días para la mayoría, pero hay una minoría constantemente empleada en la confección de artesanía, el comercio informal, la preparación de alimentos, la renta de sus hogares y tierras para campamentos, estacionamientos, vendimia de comida, cervezas, y otros negocios.
Imagina que vas por una carretera en la que convives por 4.5 kilómetros con al menos mil personas al paso, pero no alcanzar a ver que son 40 mil, repartidas en un sitio alejado de todo, 20 kilómetros de Papantla, y otros de Coatzintla.
En ese tramo, esos kilómetros te resulta posible –como hace mucho calor- beberte una cerveza, comprarte un sombrero, cambiar tu ropa por una nueva, comer pollos asados, cambiar de zapatos, o adquirir unas sandalias, rentar una silla, comprar hueva de pescado y camarón seco; conseguir santos, escuchar conferencias sobre ovnis, cooperar para un libro hecho con papel de mano por discapacitados y encontrar una cámara de video último modelo para ingresar a las ruinas arqueológicas, cerca de donde puedes también acampar para descansar o dormirte bajo un árbol.
Si lo haces a medio día, podrás también observar manifestaciones, -a las que a veces se suman, cuando llegan algunos integrantes de Café Tacuba y Plastilina Mosh, pero no así sus espectadores; mientras los verdaderos habitantes de esta sierra Totonaca, caminan a tu lado con sus vestimentas tradicionales, apurando el paso y abrazando el morral, para llegar al camión que los trajo acarreados de la costa o la sierra.
Otros van de prisa con sus botines o huaraches y calzón blanco para ingresar al parque Temático Takil Sukut con su gafete al cuello, porque algunos son danzantes, cantantes, curanderos, o tienen otras labores asignadas. Así que por ejemplo, ves los integrantes de la Banda de Música Papantla dando clases de danza en los talleres de zapateado, artesanías manuales, y sanación. Que por cierto, ahora piden dinero por la entrevista y las fotos.
Entre todos estos negocios destaca el originario sabor local vertido en el adobo de los pollos asados, los tamales de masa colada, el enorme tamal llamado zacahuil, el atole rosa con horchata propio de Papantla, las enchiladas rojas, verdes, de mole, ajonjolí y pipián; los cocos, la vainilla, los licores de frutas, y las frutas fermentadas.
En el cielo también hay arte. Papalotes de Zozocolco se elevan con deseos por encima de todos, y como hace milenios por todo Mesoamérica, a 30 metros de altura, los danzantes que al ritmo de la flauta y el tambor en el son del perdón, o de la calle, giran en torno al palo, atrapando al viento y asombrando a propios y extraños.
Nunca se estará demasiado acostumbrada, o acostumbrado a las danzas de estos pueblos Totonacos, y así han sido arraigadas aquí también otras danzas como las de San Miguel Arcángel, Negritos, Guaguas, y el adoptado Huapango, al que en la fiesta suman el Son de madera, Fandanguito, Jarabe, Siquisirí, Petenera, y Sacamandú.
Es quizá dentro de todo esto, la combinación y ampliación de horizontes, olores, ritmos, registros, conocimientos, deseos, aprendizaje, lo que al local le queda, al visitante alegra, y al artista emociona.
Todo el resto del año en ese mismo lugar, practican y aprenden nuevas técnicas las Parteras y Médicos Tradicionales; hacen limpias los curanderos y sanadoras; y a un grupo de niños, adolescentes y adultos enseñan artistas a recuperar tradiciones, así acuden a aprender y hacer artesanías, instalaciones, y crear a partir de barro, palma, hilo, bordado, danza, música, literatura; hay congresos desde educativos hasta ecuménicos; hay otras ferias, otras fiestas, convenciones, y hasta programas de radio.
Pero es la “Cumbre”, el eje en torno a lo que circula la vida cotidiana de los municipios veracruzanos desde la costa Esmeralda hasta la sierra Huasteca que comienza en Tuxpan y termina en Minatitlán. Por algunos días, el Tajín, lugar en el que como muchos Totonacos dicen en forma sarcástica, “no se paraban ni las moscas” es “esa ciudad Sagrada”, abandonada hace más de mil años, que se abarrota de gente vestida de blanco que llega el día 21 al “equinoccio” a “cargar energías”, y a realizar bodas, bautizos y otras ceremonias, algunas no santas.
En tanto, los hombres y las mujeres Totonacos se la pasan de jornaleros, o haciendo trámites en interminables oficinas para pedir préstamos y hacer gestiones agrarias; la familia crea artesanías que luego traen, y nos venden, o las compran de mayoreo; se emplean o autoemplean, danzan, cantan, tocan, igual que los mestizos, pero no es lo mismo...
Es vestigio de una civilización que por oleadas y al paso de centurias, décadas y años sigue entre los cerros, en donde una mayoría pasa vidas miserables; depende de la siembra de temporal, y se fue a vivir en cuevas, por falta de vivienda, tierra, recursos y alimentos… Pueblos que no han sido desarraigados, siguen como en la época de la revolución, y no por un afán pintoresco. La mayoría deposita sus sueños en la creación de esa fiesta para la canasta básica, y en que los retraten quienes saben que se requieren puentes y caminos para la introducción de transporte, hospitales, escuelas, agua potable y luz.